miércoles, 29 de febrero de 2012

ORACIÓN PARA OBTENER DE DIOS LA BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN



Dios Padre, que nos invitas a todos a ser santos como Tú eres Santo,
Tú has llamado a Nino Baglieri a recorrer su vida desde la perfección evangélica mediante un intenso camino de purificación y de transfiguración.

Jesucristo, Hijo del Padre, que llamas a todos a llevar la cruz y a seguirte, Tú has querido imprimir los signos de tu Pascua en tu discípulo Nino para que fuese como don Bosco, “evangelio viviente” de tu amor que se da hasta el último suspiro, a ser como Tú, víctima y ofrenda para la redención de todos.

Espíritu Santo, don del amor del Padre y del hijo, tú has renovado los prodigios de Pentecostés en Nino, quien después de años de sufrimiento ha descubierto su lugar en la Iglesia, testimoniando con alegría a todos, especialmente a los que sufren y a los jóvenes, como consagrado en el mundo, entre los Voluntarios con Don Bosco, el amor por Jesús eucaristía y a María SS Auxiliadora, al Papa y a los Pastores de la Iglesia.

Nosotros te alabamos y te agradecemos, Dios único, Padre que amas primero, Hijo amadísimo, Espíritu que eres el Amor perfecto, por todo lo que has obrado en su existencia terrena y te pedimos que, si es tu deseo sea glorificado y sea reconocido por la Iglesia como ejemplo de santidad.

Concédenos, por su intercesión, la gracia que te imploramos…

Y te pedimos especialmente que nos apeguemos siempre a tu voluntad.

Amén

lunes, 20 de febrero de 2012

MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2012.


«Fijémonos los unos en los otros 
para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24)



Queridos hermanos y hermanas

La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos«Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en laesperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.

1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.

El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdaderoalter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).

La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.

El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein—es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.

2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.

Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.

Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16)
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3. “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad.

Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.
Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).
Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.
Vaticano, 3 de noviembre de 2011

BENEDICTUS PP. XVI

jueves, 2 de febrero de 2012

X Jornada Mundial de la Vida Consagrada



La Jornada de la Vida consagrada se celebrará en la fiesta en que se hace memoria de la presentación que María y José hicieron de Jesús en el templo "para ofrecerlo al Señor" (Lc 2, 22).

La celebración de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, que tiene lugar por primera vez el 2 de febrero de 1997 tiene como objetivo ayudar a toda la Iglesia a valorar cada vez más el testimonio de quienes han elegido seguir a Cristo de cerca mediante la práctica de los consejos evangélicos y, al mismo tiempo, quiere ser para las personas consagradas una ocasión propicia para renovar los propósitos y reavivar los sentimientos que deben inspirar su entrega al Señor 

La misión de la vida consagrada en el presente y en el futuro de la Iglesia, en el tercer milenio, no se refiere sólo a quienes han recibido este especial carisma, sino a toda la comunidad cristiana. En la exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, publicada en 1996 por Juan Pablo II, escribía: "En realidad, la vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión, ya que «indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana» y la aspiración de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo" (n. 3). A las personas consagradas, pues, quisiera repetir la invitación a mirar el futuro con esperanza, contando con la fidelidad de Dios y el poder de su gracia, capaz de obrar siempre nuevas maravillas: "¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas" (ib., 110).

Los motivos de la Jornada de la Vida Consagrada 

La finalidad de dicha jornada es por tanto triple: en primer lugar, responde a la íntima necesidad de alabar más solemnemente al Señor y darle gracias por el gran don de la vida consagrada que enriquece y alegra a la comunidad cristiana con la multiplicidad de sus carismas y con los edificantes frutos de tantas vidas consagradas totalmente a la causa del Reino. Nunca debemos olvidar que la vida consagrada, antes de ser empeño del hombre, es don que viene de lo Alto, iniciativa del Padre, "que atrae a sí una criatura suya con un amor especial para una misión especial" (ib., 17). Esta mirada de predilección llega profundamente al corazón de la persona llamada, que se siente impulsada por el Espíritu Santo a seguir tras las huellas de Cristo, en una forma de particular seguimiento, mediante la asunción de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. Estupendo don.

"¿Qué sería del mundo si no existieran los religiosos?", se preguntaba justamente santa Teresa (Libro de la vida, c. 32,11). He aquí una pregunta que nos lleva a dar incesantes gracias al Señor, que con este singular don del Espíritu continúa animando y sosteniendo a la Iglesia en su comprometido camino en el mundo.

En segundo lugar, esta Jornada tiene como finalidad promover en todo el pueblo de Dios el conocimiento y la estima de la vida consagrada.

Como ha subrayado el Concilio (cfr. Lumen gentium, 44) y yo mismo he tenido ocasión de repetir en la citada exhortación apostólica, la vida consagrada "imita más de cerca y hace presente continuamente en la Iglesia la forma de vida que 

Jesús, supremo consagrado y misionero del Padre para su Reino, abrazó y propuso a los discípulos que le seguían" (n. 22). Esta es, por tanto, especial y viva memoria de su ser 

de Hijo que hace del Padre su único Amor -he aquí su virginidad-, que encuentra en Él su exclusiva riqueza -he aquí su pobreza- y tiene en la voluntad del Padre el "alimento" del cual se nutre (cfr Jn 4,34) -he aquí su obediencia.

Esta forma de vida abrazada por Cristo y actuada particularmente por las personas consagradas, es de gran importancia para la Iglesia, llamada en cada uno de sus miembros a vivir la misma tensión hacia el Todo de Dios, siguiendo a Cristo con la luz y con la fuerza del Espíritu Santo.

La vida de especial consagración, en sus múltiples expresiones, está así al servicio de la consagración bautismal de todos los fieles. Al contemplar el don de la vida consagrada, la Iglesia contempla su íntima vocación de pertenecer sólo a su Señor, deseosa de ser a sus ojos "sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada" (Ef 5,27).

Se comprende así, pues, la oportunidad de una adecuada Jornada que ayude a que la doctrina sobre la vida consagrada sea más amplia y profundamente meditada y asimilada por todos los miembros del pueblo de Dios.

El tercer motivo se refiere directamente a las personas consagradas, invitadas a celebrar juntas y solemnemente las maravillas que el Señor ha realizado en ellas, para descubrir con más límpida mirada de fe los rayos de la divina belleza derramados por el Espíritu en su género de vida y para hacer más viva la conciencia de su insustituible misión en la Iglesia y en el mundo.

En un mundo con frecuencia agitado y distraído, la celebración de esta Jornada anual ayudará también a las personas consagradas, comprometidas a veces en trabajos sofocantes, a volver a las fuentes de su vocación, a hacer un balance de su vida y a renovar el compromiso de su consagración. Podrán así testimoniar con alegría a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo, en las diversas situaciones, que el Señor es el Amor capaz de colmar el corazón de la persona humana.

Existe realmente una gran necesidad de que la vida consagrada se muestre cada vez más "llena de alegría y de Espíritu Santo", se lance con brío por los caminos de la misión, se acredite por la fuerza del testimonio vivido, ya que "el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos" (Evangelii nuntiandi, n. 41).

viernes, 6 de enero de 2012

La Epifanía.





Epifanía quiere decir manifestación. En este caso manifestación de Dios. Ya en el Antiguo Testamento se habla de manifestaciones de Dios, es decir, de epifanías. Sin duda que la más grande fue a Moisés en el Monte Sinaí, entre rayos, truenos y relámpagos (Ex. 19, 6 ss.). Pero no menos importante fue la acaecida a Elías, en el suave murmullo del viento (I Re 19, 12b-13).

En el Nuevo Testamento o Nueva Alianza hay una teofanía singular en la Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor (Mt. 17, 1-5), cuando sus vestidos resplandecían de luz y su rostro brillaba como el sol. 
Sin duda significaba el nuevo y definitivo Moisés que, haciendo Alianza con Dios, nos conduce a la verdadera Tierra de la libertad, a la Resurrección y la Vida.

Testigos de esta Transfiguración fueron Pedro, Santiago y Juan, por el Nuevo Testamento, y por el Antiguo Testamento Moisés (la Ley) y Elías (los Profetas) que se aparecieron con Jesús (¿resucitados?).

¿Qué es, entonces, esta Solemnidad de la Epifanía que se celebra el 6 de enero, en pleno tiempo de Navidad y antes de él concluir este Tiempo al domingo siguiente con la Fiesta del Bautismo del Señor?

Popularmente quedó como la Fiesta de los Reyes Magos, como una manifestación de Jesús a pueblos que no lo conocían ni habían sentido hablar de Él.

Pero vayamos por partes.

Qué se celebra en la Epifanía.

Si bien ha tomado preponderancia popular lo que señalábamos antes, en este día se celebran tres acontecimientos o manifestaciones de Jesús, que están hermosamente señaladas en las 
antífonas de los Cánticos Evangélicos de Laudes (oración de la mañana) y Vísperas (oración de la tarde).

1. La manifestación a sus discípulos.

El primero de ellos es la manifestación de Jesús al círculo íntimo de sus discípulos.
Fue en las Bodas de Caná, cuando fue invitado con su Madre y sus discípulos, y ante el pedido de aquella, cambia el agua en el mejor vino (ya que estaba faltando), (signo del cambio de la Antigua Alianza por la Nueva),y la Escritura dice que entonces sus discípulos creyeron en Él” (Jn. 2, 11).

De una simple relación de amistad o de maestro a discípulos, éstos pasan a ver en Jesús algo más, manifestado en el signo que acaba de realizar.

2. La manifestación al Pueblo de Israel.

El segundo acontecimiento que se celebra en este día es la manifestación de Jesús al Pueblo de Israel en su Bautismo.

Tan cargada de acontecimientos está esta Solemnidad de Epifanía, que el Bautismo del Señor se lo celebra también separadamente al domingo siguiente, culminando así el Tiempo de Navidad y comenzando el Tiempo Ordinario al otro día.

Si vamos al texto de Mateo 3, 16-17, contemplamos que cuando Jesús es bautizado por Juan (solidarizándose con la raza humana y santificando con su descenso a las aguas todo el universo), varios signos lo acompañan.

Desde el cielo desciende una paloma, signo del Pueblo de Israel, corporización del Espíritu Santo (Mt. 3, 16c), que lo unge para la misión de la vida pública.

También una paloma soltó Noé en el final del Diluvio para ver si las aguas habían bajado (Génesis 8, 8-12), hasta que se posó en Tierra Firme para no regresar.

Ahora regresa sobre la Nueva Tierra del Cuerpo limpio del Señor, libre de las aguas borrascosas del pecado.

Los cielos cerrados a nuestros primeros padres (Génesis 4, 23-24) se abren (Mt. 3, 16b), y la voz del Padre (Mt. 3, 17) da testimonio de que Jesús de Nazareth es su Hijo muy amado, igual a Él, a Quien debemos escuchar para ser hijos en el Hijo:

Ahora por nuestro Bautismo (sumergirnos en Cristo) recibimos el Espíritu Santo que nos hace hijos amados del Padre Celestial.

Es de notar, a manera de ilustración, como el Padre profesa su amor a su Hijo, signo de que toda paternidad debe manifestar su amor explícitamente a los hijos que engendra para la vida, y decírselo.

Y así con todos los que queremos, dando testimonio de ese amor aún ante los otros.

3. La manifestación a todos los hombres.

Los Magos venidos de oriente significan la más amplia manifestación de Jesús. 

No ya a sus discípulos, ni al Pueblo de Israel, sino a los que no tenían la fe del Pueblo elegido ni esperaban al Mesías Prometido.

Está hermosamente detallado en el Evangelio de Mateo (2, 1-12), 
recibido posiblemente por el evangelista de la familia de José, ya que es en Mateo donde las comunicaciones del Ángel del Señor se hacen a José, mientras que en Lucas se hacen a la Virgen (posiblemente entrevistada por el médico griego).

Vayamos ahora directamente a la cuestión de los Magos de Oriente, tratando de responder si eran Reyes, cuántos eran, qué significación tienen las ofrendas, dones o regalos que entregaron a Jesús y la cuestión de la estrella. 
Finalmente, el fruto del encuentro con Jesús.

a. ¿Eran Reyes?

La Escritura nada dice al respecto. En el v. 1 del cap. 2 de Mateo sólo se habla de unos Magos de Oriente.

Pareciera que a los primeros teólogos no les cerraba esta cuestión de unos “magos” que visiten al Mesías, ya que el término podía parecer emparentado con el oscurantismo, la magia, la brujería o la hechicería.

Además, en los dones que le traían a Jesús, vieron cumplido el Salmo 71, o 72, según sea la tomado del hebreo o del griego, mesiánico, en que dice que los “reyes de Tarsis y de las islas, los de Arabia y de Sebá, le traerán regalos”, y “que se postren ante él todos los reyes” (vv. 10-11).

En realidad, serían sacerdotes persas, astrólogos, que habían visto una constelación que ya pasaremos a explicar.

Buscaban a Dios en el sagrario de su conciencia, y allí se encontraron con la Verdad que cambió el rumbo de sus vidas (Mt. 2, 12b).

b) ¿Cuántos eran?.

Nada dice la Escritura acerca del número.

Como tres eran los obsequios, pronto se identificó un rey mago por regalo, y así se introdujo el número de tres, aunque a veces se han hablado de cuatro y hasta de dos.

Y para hacerlo “más redondito”, se colocó uno por cada continente conocido: el blanco europeo, el amarillo achinado asiático y el negro africano.

c) El significado de los dones.

El oro era propio de los reyes, por eso se lo ofrecen a Jesús, Rey de Reyes y Señor de Señores. Rey de la vida y del corazón, de la historia y del universo. Del tiempo presente y del tiempo final. El que es, el que era y el que va a venir.

El incienso es propio de la divinidad. A ella se ofrece su aroma y se eleva nuestra oración..

La mirra es propia de la condición mortal. Con ella se ungen los cuerpos para la sepultura, y era un signo de la pasión redentora que nos salvaría por Jesús.

e) La estrella.

Según estudios del renombrado astrofísico Kepler, corroborado luego por muchos más y por los padres jesuitas, que se dedican con pasión muchos de ellos a la ciencia astronómica y astrológica, alrededor del año 7-6 antes de Cristo, se produjo una conjunción de Saturno y Júpiter en la constelación de Piscis.
Recordemos que para algunos historiadores, a raíz de errores de calendario, Jesús habría nacido alrededor del año 4 a.C. 
Por lo tanto, la estrella sería avistada unos dos años antes según corroboran los datos de los mismos Magos.

Esta conjunción se repetiría varias veces luego en el transcurso de nuestra era. 
Hace aparecer una estrella brillantísima que, yendo de Jerusalén a Belén, pareciera que se moviera (cfr. v. 9b.c de Mt. 2)

Según el significado antiguo de las conjunciones de planetas y constelación, quería decir lo siguiente, y por eso los Magos se ponen en camino hacia Palestina, a pesar de la distancia (2 años hacía que habían visto aparecer el fenómeno, según los datos proporcionados a Herodes ):

Saturno era la estrella que guiaba al pueblo que estaba en Palestina.

Júpiter indicaba un gran Rey que habría de nacer.

Y la constelación de Piscis significaba la estrella del Final de los Tiempos.

Por lo tanto quedaría así: “El Gran Rey del Final de los Tiempos iba a nacer en Palestina”.

Y acuden a adorarlo, ya que una lumbre mayor esclarecía sus mentes y corazones.

f) El cambio de rumbo.

Un apartado simple y final para la epopeya de los magos.

Habiendo encontrado a Jesús, no siguen ya sus camino, sino que cambian de rumbo para seguirlo a Él.

Nadie que se encuentre con Jesús puede seguir por el mismo camino que andaba hasta que lo encontró (Mt. 2, 12b).
Es más, Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, y hay que andar por Él (Jn. 14,6).

Significado de la Fiesta de Epifanía.

1. Los buscadores de la luz.

Los magos representan a todos aquellos que sin una revelación explícita del Dios judeo-cristiano, sin embargo buscan la luz, la verdad, la vida, la paz, la justicia, el amor, lo bello, el bien, ya sea porque está revelado en sus religiones por las “semillas del Verbo” esparcidas en ellas (Concilio Vaticano II), o bien porque son fieles al Dios que les habla en el Sagrario de su conciencia, aún sin creer en Él o sin buscarlo explícitamente; pero sí implícitamente en los valores señalados.

2. La entrega generosa y alegre.

Los magos se llenan de alegría al ver la estrella sobre la Gruta de Belén (Mt. 2, 10), y le entregan con generosidad y desprendimiento sus dones de oro, incienso y mirra (v. 11b).

3. El cambio de rumbo. 

Ya mencionado, el encuentro sincero con Jesús produce el retornar desde Él por camino distintos (v. 12b). Recordemos que Jesús mismo es el Camino (Juan 14, 6), y en el libro de los Hechos de los Apóstoles escrito por San Lucas, el Camino será la comunidad cristiana, continuadora de la Obra de Jesús.

4. La estrella. 

Significa todos aquellos signos que nos llevan hacia Dios, incluso naturales, pero que en última instancia son también mensajes y creación suya. 
La Sagrada Escritura completa y perfecciona este mensaje (Mt. 2, 4-6), pero hay que saber descubrirlos porque la vida está llena de ellos. 
Acontecimientos, circunstancias, éxitos, fracasos, alegrías, decepciones, etc., etc.

5. Dejarlo todo. Las dificultades. 

Los magos dejaron todo para ir hacia lo desconocido ante el mensaje de Dios. 
Lo mismo hizo en otro tiempo Abraham, el padre de la fe (cfr. Génesis 12, 1-4a). 
Dejaron sus comodidades, sus palacios, sus familias, su entorno conocido, para ir hacia lo que no sabían. 
No temieron las dificultades del larguísimo camino ni, al llegar, o antes de irse, 
pasaron por la posada a descansar o se quejaron ante María y José de las seguras callosidades y dolores de los pies. 
Van y vienen guiados por esa luz interior que no les hace desviarse un ápice de su camino 
(anticipando en su actitud lo que Jesús recomendaría a sus discípulos al partir en misión:
cfr. Lucas 10, 4: “no se detengan -ni distraigan-...por el camino”).

6. El pesebre y el palacio. 

Venían a adorar a un Rey.
Lo lógico es que estuviera en un Palacio. 
Jesús es de la descendencia de David, Salomón, etc., cuna de los esplendores de Israel, por parte de su padre virginal José, por medio de quien se consideraba la ascendencia davídica 
(Mateo 1, 6.16). 
Era una casa real venida a menos, pobre. 
Que para y pare (da a luz) en un establo. 
Los magos seguramente vendrían de sus palacios de oriente, pero no se escandalizan al ver al Rey en el establo, ya que una Luz mayor los ilumina.

7. El ser “estrellas”. 

No quiere decir esto el ser o creernos los mejores, según lo entiende el mundo vanidoso. 
Significa el ser estrella para los demás como lo fue la estrella para los magos. 
Que sepamos conducirlos a donde está Jesús y luego desaparecer sin querer hacer notar el fulgor que tuvimos al conducirlos (cfr. el testimonio de Juan Bautista en Juan 3, 20: “es necesario que Él crezca y que yo disminuya” -y me apague- (n.a.).
Todo padre, educador, amigo, es en algún momento “estrella” para otro, 
con su escucha, su guía, su consejo.

La rosca de reyes.

Según sabemos, Herodes mandó a matar a todos los niñitos menores de 2 años, según era la fecha en que había aparecido la constelación astronómica (Mt. 2, 16b).

Jesús se salvó por el mensaje del Ángel a José (Mt. 2, 13), yendo para Egipto como anteriormente lo había hecho su Pueblo. 

No hay fecundidad apostólica ni vida en abundancia sin antes haber pasado por “Egipto”, signo y realidad del desierto, el sufrimiento, la esclavitud, la marginación, la opresión injusta, manteniendo en todo ello siempre la fidelidad al Señor que nos llamó, la justicia, las virtudes y los valores.

Las mujeres hebreas de Belén, para no perder a sus niños, los escondían en tinajas de harina.

Más adelante, celebraban los judíos la salvación de muchos ese día haciendo y comiendo panes ácimos para esa fecha.

La tradición cristiana, celebrando la liberación de Jesús niño en su huída que dejó desairado al perseguidor, elaboró una rosca de gustosos ingredientes: 
La forma circular de la misma significa la eternidad de Dios, que no tiene principio ni fin: Quien fue el liberador de Jesús.

Dentro de esta rosca signo del Dios eterno que salvó a Jesús Niño de la muerte prematura, se colocan uno o dos muñequitos que representan al Niño Dios, inmerso en el Dios eterno.

Las confituras, pasas, cerezas, nueces, frutas abrillantadas, que tanto nos gustan y la decoran, significan las distracciones banales del mundo, que nos alejan y separan del encuentro con Jesús.

El que encuentra al Niñito en su interior, es celebrado y se transforma en el centro de la reunión (ganó, diríamos en criollo).

Tiene esto un profundo significado:
Las distracciones y tentaciones del mundo no deben apartarnos del encuentro con Jesús, por muy bonitas y dulces que parezcan ser.

Y Jesús está inmerso en la eternidad de Dios, por más que se comunica salvadoramente en el tiempo y el espacio de este mundo, y haya penetrado por la Encarnación en la historia témporo-espacial humana.