Hay algunos medios prácticos que ayudan al hombre a formar bien su conciencia y mantenerla siempre recta. Entre ellos se puede mencionar el examen de conciencia diario para analizar cómo se ha actuado frente a lo que es más importante en la vida: la opción por Dios. Tomarse unos momentos para ver cómo se está llevando a la práctica lo que se cree. Hecho de una manera consciente y práctica es un medio muy útil.
El sacramento de la reconciliación, la dirección espiritual, son medios imprescindibles para formar bien la conciencia. La actitud fundamental que hace valorar todos estos medios es la de la vigilancia y sinceridad para reconocer si uno está viviendo rectamente o si está consintiendo en la propia vida cosas ajenas a su opción fundamental.
Después de las ayudas prácticas, es importante también conocer el proceso de un acto moral para saber dirigir bien la formación de la conciencia.
Se puede hablar de tres operaciones o fases en la formación de la conciencia.
La primera, que precede a la acción, es percibir el bien como algo que debe hacerse y el mal como algo que debe ser evitado. Éste es el momento de ver: "Esto es bueno hay que hacerlo" o "no, esto no está bien, debo evitarlo".
La segunda fase es la fuerza que lleva a la acción, impele a hacer el bien y evitar el mal. Se expresa cuando decimos: "Hago el bien" o "no, esto no lo hago".
Por último la operación subsiguiente a la acción, el emitir juicios sobre la bondad o maldad de lo hecho. En esta etapa nos decimos: "He obrado bien" o "he hecho algo malo".
En el primer paso lo importante es abrir la conciencia a la ley como norma objetiva. Es decir, educar una conciencia recta que sabe dónde va y qué es la verdad. Esto lleva al segundo paso que requiere trabajo para que la conciencia sea guía de la voluntad. Se trata de habituarse a la "coherencia", entendida como la constancia en actuar como pide la conciencia. No basta percibir que algo es bueno o malo, hay que saber dirigir la voluntad a hacer lo bueno y evitar lo que no se debe hacer. Percibir que es bueno ser paciente y amable con los demás es bueno, pero es insuficiente; esta percepción debe llevarme a acoger a los demás con bondad y delicadeza aun cuando me sienta cansado o de mal humor.
Esto requiere un trabajo de formación especialmente en el campo de la voluntad y de los estados de ánimo. Los estados de ánimo tienen que ser educados para lograr en la persona una ecuanimidad que le lleve a realizar lo que le pide la conciencia en cualquier circunstancia. Además, la voluntad tiene que ser formada para que sea eficaz, es decir, para que logre lo que pretende.
Por último, y todavía más importante, viene el juicio ulterior sobre lo hecho. Aquí es donde se juega de modo definitivo la formación o deformación de la conciencia. El que ha obrado mal y toma las medidas necesarias para reparar su falta y para pedir perdón ha dado un paso firme en la formación de su conciencia, mientras que el que la acalla, no prestándole atención, puede llegar a dañarla hasta que un día quizá sea incapaz de reaccionar ante el bien y el mal.
En conclusión, podemos decir que la brújula más segura en todo este campo moral es la adhesión fiel a la voluntad de Dios, compendio supremo de la ley natural y la ley revelada. La coherencia ante ella es el camino de la madurez y de la felicidad que brota de una recta conciencia que vive en paz con Dios y consigo misma.
Los estados de ánimo son elementos connaturales a todo ser humano y se manifiestan en el hombre espontáneamente por motivos diversos (humanos, físicos, psíquicos, espirituales...).
Lo importante es no dejarse abatir por ellos; lo necesario es controlarlos y no dejar que se adueñen de las facultades superiores; lo urgente es no permitir la anarquía interna o la creación de estados habituales de sentimentalismo
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